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Se despegan los que regalan. Los que se entregan. También se despegan los ojos. Y a veces se despegan nuestros labios cuando hablamos o cuando decimos lo que no tenemos que decir. Cuando perdonamos ¿pegamos otra vez?. Cuando rompemos ¿despegamos? El sábado a la mañana recibí un sms de Gastón.
Gastón:
-¿Estás en tu casa?
Paula:
- Acá estoy.
Gastón:
- Haceme un lugar debajo de la frazada.
A los 10 minutos tocó el portero. Haciendole caso a mi estómago, me levanté y preparé el desayuno. Cuando subió no le dije nada. Le serví café. Comimos medialunas. No discutimos. ¿Para qué? Fue como un pacto implícito. Nos abrazamos, nos besamos y, desde ahí, nos pegoteamos hasta el lunes que yo me fui al trabajo. De alguna manera, él ya había empezado su viaje: renunció al trabajo, se despidió de sus amigos y se estaba despidiendo de mí.
El fin de semana vivimos literalmente debajo de las frazadas. Miramos películas muy cerca uno del otro.
Como si tuviera un mapa, él me conoce. Es increíble cuánto me conoce en tan poco tiempo. Como si yo tuviera un mapa, yo lo conozco. Aún así, podemos pasar horas intentando descubrir un nuevo gesto, una nueva palabra. Supongo que se trata de eso. Curiosidad. De alguna manera todos actuamos por curiosidad.
Y sí. Fue la reconciliación y fue la despedida. Y si no fuera por esa química instantánea que se tiene con tan poca gente pero que yo tengo con él. Esas ganas de tocarse, olerse, comerse a besos y empezar otra vez. Y si no fuera por…
Todavía no se fue y ya empiezo a extrañarlo. Quiero llorar pero no puedo. Sólo tengo la sensación de que no está todo dicho. Que sólo el tiempo… pero todo eso me parece algo dicho una y mil veces, un discurso gastado para cubrir a la soledad.
Aunque Gastón viaja hoy, premeditadamente, el martes nos vimos por última vez. Preferimos que fuera así, para que fuera más sencillo. Ninguno de los dos cree que sea posible el amor a distancia, así que tampoco hablamos de futuro. Yo lo dejo ir. El me deja ir.
Pero mientras estábamos en la cama, él se daba vuelta y se destapaba. Yo lo miraba y pensaba en todas las significaciones del verbo despegar.
Se despegan dos cuerpos que están juntos.
El doblaba su almohada.
Se despegan las estampillas, el chicle…
Respiraba con ese ritmo lento de los recién nacidos.
Se despegan también los pies de la tierra. El papel. Los imanes de la heladera.
Me miraba de reojo de vez en cuando y volvía a decidir que tenía que hacer fiaca un rato más.
Se despegan los que se desprenden de un objeto. Los que prefieren apartarse.
El me sonrió y sentí el impulso, lo tomé de la cara y lo besé.
Gastón:
- Cuanto me va a costar despegarme de vos, Pali.
Paula:
- A mí también.
Y nos abrazamos un largo rato, sin hablar.
Despegar es lo que hacen los aviones.
Lo que hace uno cuando internamente sabe que tiene que empezar a olvidar.